Desparramados entre palmeras

2022-09-17 10:37:57 By : Ms. Kate Wu

Desde mi habitación veo un techo de chapas que se acuesta sobre el muro que separa los terrenos. No vive nadie, pero ese costado es una entrada que a veces usan de taller y el sonido de los motores golpea contra el metal y se desparrama en mi pieza. Hay un poema de los setenta del poeta chileno Gonzalo Millán que arma un auto con sus versos. Tiene una composición perfecta en términos estructurales, aprendí a leerla de la mano de Daniel Durand. Los verbos y los adjetivos coinciden y arman un auto a través de las estrofas. Es más lindo hacer los análisis de estas cosas con gente que sabe y entre otros que miramos alucinados como si estuviésemos revisando un cuerpo.

El automóvil es celeste metálico cromado,

con un motor, rejillas, estanque y hélices,

lubricados con aceite vegetal y grasas,

que ruge, tiritan, se vacía y giran

por medio de pedales, botones y llaves.

Dentro van por tubos, líquidos minerales

que una chispa prende con ruido y humo quema.

Tiene luz generada por baterías con ácido,

cables multicolores finos y faroles,

intermitente y roja para las señales,

amarilla para las noches y la niebla.

Las puertas se abren, cierran, suaves,

y para introducir o dejar el aire

los vidrios se bajan o suben.

Los asientos acomodables se reclinan,

rellenos de resortes, esponjas y espuma,

recubiertos por el plástico y la goma.

Las cuatro ruedas de caucho ruedan

y con un volante se tuercen o enfilan.

El acelerador se aplasta sin freno corre,

las llantas resbalan, chillan y se queman;

se abolla la lata y quiebra, retuerce;

los esmaltes y cristales se destruyen,

y el hombre puede salvar ileso o muere.

Ayer vimos al hijo que crece bajo mi ombligo, lo siento bien abajo, como si creciera desde una raíz más íntima que los otros embarazos. Se anuda al piso de mi panza, me pregunto si no sería más cómodo suspenderse más arriba como un gobo y después pensar en marzo cómo deslizarse hacia el fondo. La médica desparrama el gel frío y me muestra en la pantalla cómo se mueve, cuánto mide, el fémur bien delineado. Iñaki tiene el mismo perfil que Francisca, nos decimos con mi pareja y pensamos en las caras que se arman más allá de nuestra voluntad, la belleza de la vida que se abre sin permiso.

Hay una planta encima del techo de chapa. Veo desde mi ventana que es una pasionaria, la que tiene la flor con la cruz adentro, la azul, que después vira en fruto naranja dulce lleno de semillas. El mburucuyá de interior tan leve que apenas pesa. Una gelatina dispera los puntos negros. Es tan dulce que repugna. Y crece salvaje como brazos de muertos que agarran el metal ondulado de ese techo que se descascara. Más atrás un árbol está cargado de nísperos, una mora empieza a desangrar sus ramas. El jacarandá del vecino suelta semillas, hace unos años una crece y ya es un árbol de mi altura. Dos carozos de paltas despuntaron el tallo. Tengo más árboles creciendo que espacio para que se desplieguen.

Me despierta un benteveo a las cinco de la mañana todos los días. Cree que canta hermoso y yo ajusto las orejas a la almohada. No soy tu Blancanieves, quiero decirle y que elija una rama del parque, no mis persianas para chijetear su lengua.

Escucho que raja el aire con su grito, no puedo pensar que canta un pájaro. Todos los días caen pájaros en mi jardín: loros atormentados, tacuaras tímidas, gorriones que se bañan en los charcos mientras riego, palomas feas como cascotes vienen y hacen caca encima de la hamaca de mi hija. Un festival de plumas. Un carnaval desnudo. Entre las tres paredes la enamorada del muro agranda visualmente el espacio. Ellos le creen la ilusión. Un poco yo también.

Mi amiga Noe Torres escribe en una carta que hay poemas que cortan el silencio como las lanchas el río, sin pedir permiso, “sin tener piedad como no se le tiene a nadie cortan y cortan”. Noe es poeta y dice cosas hermosas para hablar de la amistad y de leer. Habitualmente le mando un mensaje preguntándole por alguna traducción que quiero de ella. Me gusta cómo traslada las lenguas ella porque la entiendo mejor y siento que tenemos un motivo para decirnos que nos queremos, además de un poema con su forma.

Hoy me pasó dos de William Carlos Williams.

Mujer joven en la ventana

Nunca podría definir qué es un poema pero sí lo que me hace sentir. La debilidad del hueco atrás de las rodillas. El agua del cuerpo aflojándose como un hielo en el piso. Una nutria nada entre las líneas de mi mano. Y en el suelo de la panza siento peces. Un poema crece como un hijo que no esperabas.

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